jueves, 28 de mayo de 2009

viernes, 22 de mayo de 2009

MUJER ISLEÑA

Al principio no sintió el olor. ¿Cómo distinguirlo entre el cúmulo de olores que flotaban en la cabaña? La fragancia del chupín que estaba preparando se mezclaba con el olor a humo, con el tufillo a perro y a ropa húmeda - porque hacía apenas una hora que había dejado de lloviznar - y con el aroma a prostituta barata de la colonia que se había puesto para esperar al Carmelo, que "hace unos días que tendría que haber vuelto el muy taimado. De seguro que se ha ido con los atorrantes de sus compadres a gastarse la paga en el boliche. Pero ya me va a oír el jo 'e puta".
Le acomodó la manta al guagüita que, en contraste con el resto, despedía un aroma jabonoso de ropa oreada al sol, que se confundía con la fragancia de palo santo de la cuna que "mi hermoso hombre le hizo con sus propias manos".
Bajó despacio las escaleras, balanceando sus jóvenes caderas como un bote en aguas mansas. El sol se había atrevido a rasgar las nubes y el vapor se elevaba despacito de la tierra húmeda. El Ibicuy todo rezumaba olores: perfume de naranjal, fetidez de barro podrido, de pescado y hojas en descomposición, efluvios frescos de la corteza de los álamos blancos...
Y de pronto lo sintió.
Era un olor que le recordaba algún momento inidentificable de su infancia, un olor dulzón y nauseabundo que despertaba en sus adentros remezones de angustia. Eulalia se quedó paralizada, mientras el olor se le enroscaba por las piernas, le mordisqueaba la espalda, le torpedeaba los pulmones y le escocía en los ojos.
Giró el cuerpo y los vio venir desde el monte. Los cuatro compadres del Carmelo venían marchando en bloque, silenciosos y mirándose la punta de las alpargatas.
Entonces el olor se le metió a Eulalia por entre los senos prietos, abrió de un tajo su carne morena y le llegó hasta el alma, burlándose impiadosamente ante el desmoronamiento de esos sueños simples, de mujer isleña, que albergaba.
No hizo falta que nadie le dijera nada. Ella supo, desde lejos, qué era ese bulto que los hombres traían envuelto en una red de pesca, como si fuera un pescado enorme e hinchado y que calladamente depositaron a sus pies.
Ni un solo grito, ni una lágrima.
Unicamente aquel olor y la resignación, uniendo a la mujer arrodillada y a los hombres que giraban, impotentes, sus gorras entre las manos.

ALAS

Levantó los ojos al cielo
y buscó algo
que lo colmara de sentido.
Vio las nubes,
henchidas de presagios;
una última estrella
haciéndole guiños burlones,
presumiendo de su capacidad
de brillar.
Y vio los pájaros
planeando despreocupadamente,
bebiéndose el viento,
dejando que sus plumas
pintaran la nada de celeste.
Entonces supo
cómo extender sus propias alas…

y con la urgencia de una saeta
lanzó hacia el infinito
una pregunta.

jueves, 7 de mayo de 2009

PROPICIATORIO

En antiguos tiempos
cuando el instinto primaba
mis dedos tiznados
dibujaron en la roca
ilusiones de cazador
con sueños de hechicero.
Hoy, soy otro hombre
que con trazos desnuda
sus visiones de éste
y otros mundos.
Sin embargo
bajo la pátina racional
de la cultura
la magia está adormecida,
… pero no descansa.